La fachada del Obradoiro desde el antiguo Hospital Real de Santiago, fundado por los Reyes Católicos.
La fachada del Obradoiro desde el antiguo Hospital Real de Santiago, fundado por los Reyes Católicos.

Catedral de Santiago

Resumen:

En el año 44 d.C., tras la decapitación del Apóstol Santiago en Palestina, sus discípulos Atanasio y Teodoro recogen su cuerpo y, según la leyenda, lo llevan en una barca milagrosa hasta las costas de la Hispania romana. Llegan al Finisterrae,en las costas de la Gallaecia, y depositan el cuerpo en un mausoleo romano en el bosque de Libredón.

Cuando hacia la mitad del siglo IX, acaso hacia el 829, el ermitaño Solvio Pelagio observa extraños fenómenos en las estrellas sobre el bosque de Libredon y escucha canticos angelicales, da inicio a todo un fenómeno que transformará no solo su entorno inmediato, la zona de la romana Mansio Asseconia, sino toda Europa a través de los caminos que desde todos sus confines acercarán a Compostela a millones de peregrinos a lo largo de la historia.

El rey Alfonso II construye una iglesia y un monasterio para albergar las reliquias de Santiago y atender a los peregrinos. A pesar de la presencia musulmana en la Península, el templo se convierte en sede episcopal en el 834, marcando los primeros pasos hacia la futura Catedral de Santiago y la ciudad de Santiago de Compostela.

La iglesia de Alfonso II es reemplazada entre 872 y 899 por un templo mayor en estilo visigótico, con tres naves y materiales lujosos, bajo el reinado de Alfonso III El Grande. Este templo tenía una cabecera amplia para albergar el mausoleo romano de Santiago, acceso por un pórtico occidental y una capilla bautismal dedicada a San Juan Bautista en el muro norte. Aunque fue atacada por Almanzor en 997, se reconstruyó.

Con el aumento de peregrinos, se construye la actual Catedral de Santiago en estilo románico, influenciada por el Camino Francés. Las obras comienzan en 1075, siendo concluidas en 1188.

En los siglos XVII y XVIII, se llevan a cabo significativas transformaciones en la Catedral de Santiago, destacando la reorganización de la cabecera por el canónigo Vega y Verdugo, la creación de la fachada de la Quintana por José de la Peña de Toro, y la influencia barroca, especialmente evidente en la fachada del Obradoiro diseñada por Fernando de Casas, quien reutiliza elementos medievales para crear una obra monumental que refleja la apoteosis de Santiago y la monarquía española.

El aspecto exterior de la Catedral de Santiago está configurado casi definitivamente, pero en su interior, durante la época barroca, se realizaron numerosas intervenciones, destacando la construcción de retablos para varias capillas, incluyendo la capilla del Pilar y la del Cristo de Burgos. La transformación más significativa fue en la capilla mayor, con la creación de un monumental baldaquino y otras obras maestras realizadas por artistas como Domingo de Andrade. Además, se destaca la apertura del mausoleo romano y la visita a las reliquias. La incorporación del Botafumeiro y la construcción de la capilla de la Comunión en estilo neoclásico también marcaron la evolución artística de la catedral. A lo largo de los años, se realizaron diversas modificaciones, desde la demolición de la antigua Fachada del Paraíso hasta las contribuciones de los movimientos artísticos "neo" en el siglo XX, como el retablo neogótico de la capilla de los España y las Reliquias de Magariños, así como las nuevas hojas de bronce de la Puerta Santa en 2004.

El Museo de la Catedral de Santiago ofrece un recorrido completo por el complejo catedralicio, exhibiendo documentos históricos, tímpanos, esculturas y partes de retablos. El tesoro refleja la magnificencia artística y la generosidad de peregrinos ilustres, destacando una colección de tapices de artistas como Rubens, Teniers y Goya. La experiencia integral del museo fusiona historia, arte y tesoro, ofreciendo un viaje enriquecedor.


El Apóstol Santiago y la Catedral de Santiago

Tras ser decapitado en Palestina en el año 44 d. C., Atanasio y Teodoro, discípulos de Santiago, recogieron el cuerpo de su maestro y, colocado en una barca (de piedra según algunas leyendas), navegaron milagrosamente a la deriva hasta las costas que el Amigo del Señor había predicado en vida: la Hispania romana. Arribaron al Finisterrae, las costas de la Gallaecia, y entrando por la Ría de Arosa y tras diversas vicisitudes en las que se cruzan leyenda y realidad arqueológica (Reina Lupa, Pico Sacro…), depositaron el cuerpo en un mausoleo romano del siglo I ubicado en una necrópolis en el Libredón. 

Ceremonia de la Traslación del Apóstol Santiago | Catedral de Santiago
Ceremonia de la Traslación del Apóstol Santiago. Relieve en madera procedentes de la reforma manierista del coro medieval.

Cuando hacia la mitad del siglo IX, acaso hacia el 829, el ermitaño de Solovio Pelagio observa unos extraños fenómenos en las estrellas sobre el bosque, y escucha unos cánticos angelicales, da inicio a todo un fenómeno que transformará no solo su entorno inmediato, la zona de la romana Mansio Asseconia, sino toda Europa a través de los caminos que desde todos sus confines acercarán a Compostela a millones de peregrinos a lo largo de la historia.

Cuando el rey de Asturias Alfonso II “El Casto” conoce la noticia de boca del obispo de Iria Flavia, Teodomiro, ordena construir una pequeña iglesia que acoja dentro el Arca Marmorica, el mausoleo romano destinado para Atia Moeta en origen y donde fueron depositados los cuerpos de Santiago y de sus discípulos Atanasio y Teodoro. También manda construir un pequeño monasterio, San Salvador de Antealtares, para custodiar y adorar las reliquias, así como atender a los primeros peregrinos que empiezan a llegar tan pronto la noticia se expande por el mundo cristiano.

Hay que tener en cuenta que en este momento gran parte de la Península estaba en manos de los musulmanes, quienes no se querían detener en los Pirineos, sino adentrarse aún más allá. Este templo recibió en el 834 un Preceptum regio que lo convertía en sede episcopal y le otorgaba poder sobre los territorios próximos. A su alrededor, buscando su protección, comenzaron a establecerse los primeros pobladores y grupos monacales de benedictinos encargados de la custodia de las reliquias. Eran los primeros pasos de la futura Catedral de Santiago y la ciudad de Santiago de Compostela.

Califato de Córdoba en el año 1000.
Califato de Córdoba en el año 1000.

Construcción de las primeras iglesias

La iglesia de Alfonso II enseguida se quedó pequeña para acoger a los fieles, por lo que entre el año 872 y el 899, Alfonso III El Grande (sobrino del anterior Alfonso), hizo construir un templo mayor en estilo visigótico, de tres naves y generosas proporciones para la época. En ella utilizan lujosos materiales, como consta en el acta de consagración y demuestran las excavaciones arqueológicas: piedra serpentina, pórfido rojo y mármol traído de la recién reconquistada ciudad de Coria.

http://apuntes.santanderlasalle.es/
http://apuntes.santanderlasalle.es/

Se trataba ya de una iglesia de generosas proporciones para la época, de tres naves cubiertas con techumbre de madera y una cabecera de gran anchura por estar condicionada a acoger el mausoleo romano de Santiago. El acceso se efectuaba por un pórtico occidental, adosado a su muro norte tenía una capilla baptisterio dedicada a San Juan Bautista. De esta iglesia se encontraron numerosos restos en las excavaciones llevadas a cabo a mediados del siglo XX.

Contemporánea a esta basílica prerrománica será la capilla de la Corticela (dedicada a San Esteban en su origen y a Santa María actualmente), hoy con modificaciones románicas y posteriores e integrada en la Catedral como una capilla más, sigue siendo parroquia de extranjeros. Nació como iglesia para servicio del monasterio de Pinario fundado por el rey en las proximidades de la basílica.

Esta basílica prerrománica de Santiago fue la que en 997 atacó el caudillo árabe Almanzor, quien además de asaltar la ciudad prende fuego a la iglesia y roba sus puertas y campanas, trasladadas a sus palacios cordobeses, según la tradición, a hombros de prisioneros cristianos. Cuando esta ciudad fue reconquistada fueron devueltas portadas por musulmanes como desagravio. A esta basílica puede que perteneciera la pila bautismal que está hoy en el brazo sur de la Catedral y que, según la leyenda, el caballo de Almanzor bebió de ella y cayó de inmediato fulminado ante tal sacrilegio.

A pesar de que el obispo San Pedro de Mezonzo y el rey Bermudo II se preocuparon de reconstruir enseguida la iglesia de Santiago, esta se quedaba pequeña para el ingente número de peregrinos.

El estilo románico estaba llegando a través del Camino Francés, el principal a Santiago, por lo que se inicia la construcción de la actual Catedral de Santiago.

Construcción de la Catedral de Santiago

Las obras de la Catedral de Santiago empiezan en 1075 por la Capilla del Salvador, en tiempos del obispo Diego Peláez y con Alfonso VI como rey. Así se lee en las inscripciones de sus capiteles y muros. Las obras serán encomendadas, según recoge el Códice Calixtino, al Maestro Bernardo el viejo, junto a Roberto y otros cincuenta canteros.

Las turbulencias políticas que se suceden unos años después acaban con el prelado en la cárcel en 1087, lo que supone un primer alto en las obras hasta que la figura de Diego Gelmírez irrumpe en la historia de Compostela en 1093 como administrador. En 1095 la sede de Iria se traslada a Santiago, y en 1101 se le nombra obispo de Santiago, lo que supone que tiene autoridad para dar un fuerte impulso a las obras de la basílica.

Así, en los años siguientes se retoma la obra interrumpida posiblemente tras levantar las tres capillas centrales de la girola, y en 1105 ya se puede consagrar un crucero prácticamente terminado con sus dos fachadas laterales y tras haber acortado un tramo la iglesia de la Corticela.

En cuanto a quién estaba a cargo de las obras, se ha especulado con varios nombres, como Bernardo el Joven, nieto del primer maestro o de Esteban, aunque se suele hablar de un maestro llamado de Platerías cuya filiación real se desconoce. El avance de las obras continúa a buen ritmo, de modo que la vieja basílica de Alfonso III supone ya un estorbo y se decide derribarla en 1112.

Pocos años después las revueltas de 1117 contra el obispo Gelmírez causan grandes estragos en lo ya construido, haciendo necesario acaso la utilización en las dañadas fachadas del crucero de algunas piezas que posiblemente iban destinadas a la fachada occidental, aún lejos de empezarse a levantar.

Retornado Gelmírez a su sede, reconstruye su palacio episcopal al lado norte de la Catedral de Santiago. Al mismo tiempo prosigue las obras de esta, ya con la autoridad que le confiere el hecho de lograr en 1120 ser nombrado arzobispo, merced a sus buenas relaciones con Roma. Ello facilita también que Santiago sea elevada a sede metropolitana en detrimento de Mérida, aún sin reconquistar a los musulmanes.

El Códice Calixtino y la Historia Compostelana sitúan el fin de las obras en 1122 y 1124 respectivamente. Sin embargo, el primero de los libros, tras describir detalladamente las fachadas que sí estaban rematadas, al referirse a la occidental da solo unas simples pinceladas de su aspecto, con la excusa de una supuesta magnificencia que hace imposible describirla. Está claro que nada de ella estaba aún en pie, habida cuenta además de que el rey Fernando II firma en 1168 con el Maestro Mateo – ya a cargo de las obras de la iglesia, según consta – un contrato para finalizar la construcción de la iglesia y, por tanto, de su fachada occidental también. Mateo recibe una importante pensión vitalicia, lo que unido a que se le cita por el nombre indica su prestigio ya por aquel entonces.

Construye los dos últimos tramos del cuerpo principal (en la tribuna está inscrito “Gudesteo”, haciendo referencia al arzobispo Pedro Gudestéiz) sin apenas alteraciones con el diseño preexistente, y da rienda suelta a su genio y conocimientos importados de Francia, donde levanta el Pórtico de la Gloria.

Para salvar el desnivel de terreno existente hacia ese lado, donde ya no había llegado la vieja basílica de Alfonso III, Mateo levanta una cripta que soporta toda la estructura y cuyo gran pilar compuesto central corresponde con el parteluz del Pórtico. Llamada por error muchas veces “Catedral vieja” por lo elaborado de su planta – una pequeña cruz latina con deambulatorio y esbozadas capillas abiertas a él como en la basílica superior –, las claves de sus bóvedas con el sol y la luna inician un mensaje apocalíptico que desarrolla en el Pórtico de la Gloria y remata en la tribuna superior. Allí un Cordero Místico alumbra la Ciudad de Dios que vendrá tras el fin de los días.

El primero de abril de 1188 se colocan los dinteles del Pórtico, y se sigue con su erección. Una vez la cripta y el Pórtico están terminados, y construido el coro de piedra que ocupa los primeros tramos de la nave central, se remata la iglesia con la fachada occidental mateana, permanentemente abierta al exterior por grandes arcadas que se correspondían con los arcos interiores del Pórtico de la Gloria y con el “gran espejo”. Así se denomina en el siglo XVI al rosetón central, el cual es una muestra más del avance hacia el gótico que supone el taller del Maestro Mateo.

Ante la fachada, una logia similar a la actual se abría sobre una explanada frente a la muralla de Santiago y sus torres defensivas. La anterior cerca había sido allanada también hacia 1120 para permitir el avance del brazo mayor de la basílica. Esta terraza no tendría accesos desde el terreno, sino que para entrar a la Catedral desde ese lado se haría a través de dos estrechas escaleras al fondo de la cripta, aún practicable la del lado norte.

Por fin, el 21 de abril de 1211 y en presencia del arzobispo Pedro Muñiz y de Alfonso IX, se consagra solemnemente la Catedral de Santiago. Es la misma que perdura, con las transformaciones que comentaremos, hasta nuestros días. Colocadas en diversos puntos del templo, aún hoy se ven en su interior las cruces de consagración que acompañaron al ritual de consagración ese día.

La ciudad estaba rodeada de dos kilómetros de murallas
La ciudad estaba rodeada de dos kilómetros de murallas y apenas empezaban a trazarse las principales rúas del casco histórico

Por esas fechas el estilo románico estaba quedando superado por los avances del gótico, y pocas décadas después, hacia mediados del siglo XIII el arzobispo don Juan Arias pretende construir una gran cabecera en el nuevo estilo. De haberse concluido supondría la casi total ocupación de la actual plaza de la Quintana, además de convertir la planta en una cruz griega y darle un aspecto muy diferente del que hoy tiene. Sin embargo, con la muerte del prelado el plan cae en el olvido y solo queda hoy de las obras parte del perímetro previsto bajo las escaleras de la Quintana y a un lado de la cabecera románica.

Sí se llegó a levantar en ese mismo siglo un claustro adosado al sur de la nave central. Aunque ya Gelmírez tuvo la intención de levantar uno románico, parece que este nunca se llegó a hacer. El gótico fue sustituido por el actual plateresco, más grande, y en un nivel superior.

También son los siglos XIII y XIV testigos de otros añadidos y transformaciones sobre el original románico. Al claustro y cimborrio más alto que el original románico se une la construcción de capillas que empezaron a alterar las cuatro románicas semicirculares del crucero y las cinco de la cabecera. Las más antiguas son la de Nuestra Señora la Blanca o de los España, y la de Sancti Spiritus.

Será en estos siglos también cuando ante la turbulenta situación que se venía dando en contra de los prelados compostelanos se refuerce con almenas toda la parte superior de la Catedral, aprovechando que sus cubiertas eran terrazas escalonadas transitables. Con idéntico fin defensivo, se construyen las torres de la Trinidad y la Berenguela frente a la puerta occidental, y un gran torreón llamado del arzobispo Gómez Manrique en uno de los ángulos del claustro. Ya en el siglo XV, una nueva torre defensiva junto a la portada sur será la base de la actual torre del reloj.

Además, en esta misma centuria y en la siguiente se multiplican las transformaciones en las capillas: la de Mondragón, la de Prima, la funeraria de don Lope de Mendoza, la de San Fernando y la de las Reliquias, así como las demás que se abren al claustro, y la sacristía.

Es desde 1521 cuando se va a empezar a construir un nuevo claustro plateresco sobre el antiguo, que había sufrido numerosos daños en las revueltas. Su construcción se prolongará hasta 1590, con trazas de Juan de Álava.

Es también el Renacimiento cuando se empieza la tradición de una Puerta Santa de utilización exclusiva en los años jubilares, a imitación de Roma, y se empieza a dar forma al exterior tal y como hoy lo conocemos.

En la fachada del Obradoiro, el gran arco de Mateo que nunca se cerraba es derribado para colocar en su lugar dos puertas con sus jambas, dinteles y parteluz que comenzarán a desvirtuar la vieja fachada medieval, abocada a caer fruto de su costosa conservación y de nuevos gustos en el barroco.

Al interior, y tras algunas modificaciones en los últimos años del XVI, y apenas iniciado el XVII se derriba el coro pétreo de Mateo para poner en su lugar uno manierista de madera más acorde a las nuevas disposiciones tras el Concilio de Trento y al gusto del momento. Lo diseñan Juan da Vila y Gregorio Español.

Por los mismos años, Ginés Martínez estaba levantando las escaleras que aún hoy dan acceso a la puerta del Obradoiro, reutilizando para ello algunos sillares del coro dados la vuelta para usarlas como piedras lisas. Esto facilitó la reconstrucción del coro efectuada en la década de 1990 y hoy expuesta en el Museo de la Catedral.

Transformaciones en el exterior de la Catedral

Es precisamente en los siglos XVII y XVIII cuando se darán las mayores transformaciones que dejan la Catedral de Santiago casi tal y como hoy la podemos rodear por el exterior y al visitar el interior. Además, el barroco trae un interés por el urbanismo que afectará también a la urbanización de los espacios adyacentes al templo con sus grandes plazas y majestuosos edificios vecinos, casi todos ellos además relacionados con la basílica como la Casa del Cabildo, la del Deán o la de la Conga.

El canónigo Vega y Verdugo, hacia la mitad del siglo XVII pone en marcha un ambicioso plan de reformas que comienzan por la cabecera. Aquí, tras muchos siglos de obras, añadidos, reformas, desórdenes… y habida cuenta de que la Quintana era uno de los espacios más concurridos de la ciudad y en él se celebraba el mercado, se enterraba a muchos de los difuntos y se realizaban gestiones en las casas consistoriales próximas, el aspecto de la parte oriental de la Catedral era ya un verdadero caos de entrantes, salientes, muros y capillas. Además, esta falta de coherencia e irregularidad, se veían acentuados por el sencillo y monumental muro de líneas puras y sobrias del convento de Antealtares que se había construido unas décadas antes.

Dibujo José Vega y Verdugo. Archivo de la Catedral
Dibujo José Vega y Verdugo. Archivo de la Catedral

José de la Peña de Toro proyecta pues la fachada de la Quintana que encierra todas las capillas posteriores y en la que se abren el Pórtico Real, la Puerta Santa, y la Puerta de los abades, además de otro espacio utilizado para el reparto de la Comunión a los romeros. Queda tras este muro integrado dentro de la Catedral la antigua iglesia de la Corticela, comunicada con la nave norte por una escalera construida al fondo de la vieja capilla de San Nicolás, aunque conservará su portada de influencia mateana. Al mismo tiempo que se cierra la fachada oriental, se sustituyen las almenas, ya innecesarias, por una crestería barroca de balaustres y pináculos de gusto barroco.

El claustro, que se había empezado a rodear con nuevas dependencias de servicio como el Tesoro en la plaza de las Platerías, de Rodrigo Gil de Hontañon (1540), y con su novedosa torre escalonada, se completa en los siglos XVI, XVII y XVIII en su exterior. Hacia el Obradoiro trabajan en ese cierre Gaspar de Arce y Juan de Herrera, con adiciones de Jácome Fernández (Torre de la Vela), ya en el XVII y Lucas Caaveiro tras un incendio en 1751. Por otro lado, en 1720, Fernando de Casas añade una pequeña fachada abierta hacia la Plaza de las Platerías, y unos años antes, en 1705, Simón Rodríguez ingenia la gran concha jacobea que sostiene, en esta misma plaza, unas escaleras que unen las naves con el Tesoro.

Pero es sin duda la fachada del Obradoiro la obra que más influirá en el aspecto definitivamente barroco que tiene al exterior la Catedral de Santiago. El viejo hastial medieval con la cripta mateana debajo y su logia exterior habían empezado a cambiar cuando en el XVI se cierra con puertas y modifican los arcos medievales, y con la escalinata monumental de inicios del XVII.

Dibujo José Vega y Verdugo. Archivo de la Catedral
Dibujo José Vega y Verdugo. Archivo de la Catedral

La fachada románica estaba ya pasada de moda, se había tenido que reforzar una de las torres laterales, y el gran rosetón con vidrios emplomados de su calle central requería de costosas reparaciones. Así pues, se encarga en 1738 su derribo y la construcción de una nueva acorde al nuevo estilo barroco que fuera además una apoteosis de Santiago y de la monarquía española, representados por la figura de Santiago Peregrino venerado por reyes, Atanasio, Teodoro, Santiago Alfeo, Santa Salomé, el Zebedeo, el escudo real...

Se encarga el importante cometido de la nueva fachada principal de la Catedral de Santiago a Fernando de Casas, quien no desmonta por completo todo lo anterior, conocedor de que si retira alguna de las estatuas columnas de Mateo que sostienen la bóveda del Pórtico, todo ese nártex se vendrá abajo.

Reutiliza, asimismo, los cubos inferiores de las dos torres laterales de la fachada (la de la carraca la norte y de las campanas la sur), pero las iguala en altura y diseña sus cuerpos superiores en disminución de volúmenes hasta los capulines superiores, todo ello cuajado de rocallas, decoración vegetal, entrantes y salientes, blasones al gusto del barroco. En el centro, sobre el nuevo “gran espejo”, el escudo del cabildo de Santiago, con el sarcófago del Apóstol, la estrella encima y el coro de ángeles que anunciaron a Pelagio su ubicación.

Dibujo José Vega y Verdugo. Archivo de la Catedral
Dibujo José Vega y Verdugo. Archivo de la Catedral

La misma solución de elevar un remate barroco sobre un cuerpo inferior medieval se había utilizado en la cúpula que corona el cimborrio gótico, y, sobre todo, en la torre del reloj, surgida como un cubo defensivo desde 1468 y reconvertida en una torre de uso totalmente religioso y civil con el cuerpo superior que levanta Domingo de Andrade en el último tercio del siglo XVII. En él campea desde 1831 un reloj de Andrés Antelo que marca con una sola aguja las horas en sus cuatro esferas de mármol blanco calado. En los cuerpos superiores, las campanas de las horas y los cuartos del siglo XVIII dieron paso a las actuales a finales del siglo XX, tras haberse rajado el bronce en las antiguas. Hoy se exponen en el claustro de la Catedral de Santiago.

Transformaciones en el interior de la Catedral

Configurado casi definitivamente el aspecto exterior de la Catedral de Santiago tal y como hoy lo conocemos, en el interior las intervenciones barrocas se multiplican.

Aunque algunas capillas medievales habían recibido retablos ya en el siglo XVI, como la del Salvador, Santa Fe o la de Mondragón, es ahora cuando se construyen la mayoría de los retablos para las capillas, modificándose también la arquitectura de algunas de ellas. De éstas, destacan dos de nueva planta, la capilla del Pilar, apoteosis barroca de Domingo de Andrade, y la del Cristo de Burgos, hacia los pies de la basílica.

Capilla del Pilar. Vista general desde la entrada.
Capilla del Pilar. Vista general desde la entrada.

Pero sin duda la transformación interior más importante del barroco – además del nuevo órgano y sus retablos construidos desde inicios del XVII – es la nueva capilla mayor, donde desde el medievo y con diversos añadidos y pequeñas transformaciones estuvo el cimborrio de Gelmírez sobre la imagen sedente del XIII de Santiago. De escuela del Maestro Mateo, a ella se encaramaban los peregrinos para tocarla y antaño ponerse su corona (hoy, lo tradicional es abrazarla).

Desde la segunda mitad del XVII, el trabajo de maestros de la talla de Domingo de Andrade, Fray Gabriel de las Casas, Manuel de Prado, Jacobo Pecul o Ángel Piedra dejarán su impronta en el monumental baldaquino sostenido por ángeles, así como en el camarín de Santiago, en su altar, el sagrario, y en el cierre perimetral de la capilla y reja. Bajo este espacio, desde finales del siglo XIX y con el redescubrimiento de los huesos de Santiago (1878), se abre el mausoleo romano, ya muy rebajado en su alzado por las sucesivas obras en la capilla mayor, y se hacen visitables las reliquias dentro de una urna de plata de José Losada hecha en esos años. Las había escondido en 1589 cerca de su ubicación original el arzobispo San Clemente por miedo al pirata Drake.

Detalle la figura de Santiago Matamoros en su camarín sin las flores que la suelen tapar parcialmente.
Detalle la figura de Santiago Matamoros en su camarín sin las flores que la suelen tapar parcialmente.

Ante el presbiterio, utilizando desde finales del XVI un ingenio mecánico ideado por Juan Bautista Celma, el Botafumeiro da mayor gloria a Dios y perfuma un ambiente a menudo cargado por la multitud de peregrinos que en la Edad Media incluso dormían en las tribunas de la Catedral. El actual Botafumeiro es de latón, hecho por el compostelano José Losada en 1851.

Detalle del mecanismo que permite el movimiento del Botafumeiro en la altura del crucero, bajo el cimborrio.
Detalle del mecanismo que permite el movimiento del Botafumeiro en la altura del crucero, bajo el cimborrio. Lo ideó, a finales del XVI, Juan Bautista Celma

En los años finales del barroco y llegando ya el neoclasicismo se derriba la antigua Fachada del Paraíso del brazo norte del transepto por la que entraban los peregrinos del Camino Francés, muy dañada por un incendio en 1758. La nueva la diseña Lucas Caaveiro, a quien ayuda Clemente Sarela. De concluir las obras se encargará Domingo Lois Monteagudo, quien recibe algunas sugerencias de Ventura Rodríguez y el visto bueno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución que por esos años supervisa los proyectos. Se termina en 1769, tratando de adaptar un diseño barroco a un gusto ya Neoclásico.

En este último estilo se construye la más “moderna” de las capillas de la Catedral, la de la Comunión. Domingo Lois Monteagudo le da forma de rotonda clásica cubierta por una cúpula soportada por ocho monumentales columnas jónicas, y ocupa el solar donde estuvo hasta entonces la gótica de don Lope de Mendoza.

Vista general de la Capilla de la Comunión con su característica planta neoclásica de rotonda
Vista general de la Capilla de la Comunión con su característica planta neoclásica de rotonda

Con el mismo gusto neoclásico y el influjo de la Academia de San Fernando, el obispo Sebastián Malvar pretende en 1794 liberar del coro la nave central, trasladándolo a una nueva capilla mayor en el estilo ilustrado de la época, con una nueva fachada exterior y renovada Puerta Santa. Ferro Caaveiro y Melchor de Prado firman los proyectos, aunque jamás se llevarían a cabo más que en algunos cuadros previstos para el espacio interior.

Queda así rematada una historia de los estilos artísticos desde el prerrománico hasta el neoclásico que aún recibirá algunas aportaciones en los últimos años, ya en los movimientos “neo” de las primeras décadas del siglo XX (retablo neogótico de la capilla de los España y de las Reliquias de Magariños), ya con diseños más propios de nuestros días (nuevas hojas de bronce de la Puerta Santa de 2004).

Museo de la Catedral

El Museo de la Catedral de Santiago permite conocer casi todos los espacios  del complejo catedralicio, incluyendo los tejados, las tribunas, el claustro, los cuartos que lo cierran, y el palacio de Gelmírez.

Nos ofrece además un recorrido por algunas de las piezas que formaron parte de espacios ya desaparecidos como el claustro gótico, capillas, antiguas fachadas…por sus ornamentos (tímpanos, esculturas, partes de retablos y coros…) y por los documentos que conforman la historia de la Iglesia de Santiago (Tumbos A, B y C, Historia Compostelana, Breviario de Miranda, Códice Calixtino…).

Permite también asombrarse con la magnificencia de su Tesoro, que incluye piezas en materiales preciosos artísticamente trabajados desde la Edad Media a nuestros días, muchas de ellas donadas por peregrinos ilustres (reyes, militares, cargos eclesiásticos…) o por grupos.

Cierran el recorrido por el museo las colecciones textiles, desde exóticas telas medievales del lejano oriente hasta el gallardete de la Batalla de Lepanto del siglo XVI, además de ricas ropas litúrgicas

Terno de don Pedro de Acuña y Malvar. Seda y oro, finales del XVIII-principios del XIX.
Terno de don Pedro de Acuña y Malvar. Seda y oro, finales del XVIII-principios del XIX.

Merecen especial mención y una detallada visita la colección de tapices, en gran parte posible gracias a algunas donaciones, y que con sus obras sobre cartones de Rubens, Teniers, o Goya, entre otros, constituye una de las mejores de toda España.

Museo de la Catedral. Vista general de la sala dedicada a los tapices de Goya
Museo de la Catedral. Vista general de la sala dedicada a los tapices de Goya

El Códice Calixtino

La más conocida de las “joyas” que custodia el Archivo de la Catedral de Santiago es sin duda el Liber Sancti Iacobi, o Codex Calixtinus. Su denominación española, Códice Calixtino, se hizo tristemente famosa en los últimos años a causa de su sorprendente hurto – ya resuelto y recuperado el libro – que lo puso en boca de todo el mundo.

El apelativo de “Calixtino” le vino dado por la creencia secular de que lo había escrito el papa Calixto II, ya que firma la obra al principio como su autor y compilador, narrando cómo lo hizo. Elegido Sumo Pontífice en 1119, este papa tenía lazos de sangre con la nobleza gallega, y le unía una entrañable amistad con Gelmírez, a quien honró con su proclamación como arzobispo, así como con la elevación de la catedral de Santiago a la dignidad de Metropolitana en detrimento de Mérida.

Pero la autoría de Calixto II del conjunto de la obra es hoy rechazada, aunque es indudable su influencia en el códice, igual que la de la importante abadía francesa de Cluny. El llamado Codex Calixtinus termina con una carta de Inocencio II que presenta al portador de la obra, Aymerico Picaud, clérigo de Parthenay-le-Vieux. Es él quien pasa por autor de gran parte de la obra, especialmente del último de los libros que la componen.

Libro 1 del Códice Calixtino
Libro 1 del Códice Calixtino

Hecho en varias etapas, su inicio está datado entre los años 1137 y 1140, y se retomaría de nuevo en 1173. El resultado sería una obra estructurada en cinco libros, completados con documentos y añadidos. El Libro I contiene, con su música y sus textos, la liturgia para la Misa y Oficio de las festividades de Santiago. Es el libro más amplio, y supone tres cuartas partes del códice. El Libro II detalla veintidós milagros de Santiago. El Libro III relata el traslado de los restos de Santiago desde Jaffa hasta Compostela. Pero quizás son los libros IV y V los más conocidos.

El IV es llamado Pseudo-Turpín, recibiendo su nombre del arzobispo de Reims a quien se atribuyó su redacción, y narra las gestas de Carlomagno en España derrotando a los invasores árabes. Por razones no del todo claras, el Pseudo-Turpín fue desgajado del resto de libros en 1619, sufriendo algunas alteraciones, y así estuvo hasta 1966.

Códice Calixtino - Libro IV
Códice Calixtino - Libro IV

El Libro V es la Guía del Peregrino, que incluye detalladas descripciones de la catedral, de mucha utilidad para los historiadores a pesar de que el templo no estaba del todo concluido cuando fue escrita. Además de los cinco libros se añadieron algunos apéndices, destacando las veintidós composiciones polifónicas del Libro I añadidas en 1173, una primicia en la Europa del momento; o el Himno de los peregrinos a Compostela, el Dum pater familias, apéndice del Libro II.

No son demasiadas las miniaturas del Códice Calixtino, aunque destacan tres iniciales formadas por personajes relacionados con el texto. Así, el Libro I se inicia con una “C” que veremos repetida en el Códice, formada por carnosa vegetación y rematada con cabezas de dragón. En este caso, además, la “C” que acoge en su interior al papa Calixto II, sentado y en actitud de escritura, identificado en el libro donde apoya la pluma.

En el folio cuarto, formando una gran “I” que cuya verticalidad ocupa más de media página, está Santiago en actitud de bendecir. Portando un libro y sin sus atributos característicos, la figura del Apóstol se podría comparar con la de Cristo, aunque sin el nimbo crucífero que caracteriza a éste. Pero el hecho de que forme parte de la palabra “Iacobi” y la naturaleza del texto en que se incluye hacen imposible la confusión.

La tercera letra miniada es totalmente diferente a las anteriores. Se trata de una gran “T” con la que se inicia la Historia Turpini del Libro I. Es un título sobre fondo verde que se añadió a este folio cuando se separó del resto del Códice en el siglo XVII. La gran inicial presenta profusa decoración vegetal y acoge en su interior una mandorla que parte de la boca de un ser fabuloso y en la que está Turpín, el arzobispo de Reims, sentado con sus ropas y báculo de prelado.

El Libro IV nos ofrece también otras tres miniaturas que narran pasajes de la vida de Carlomagno. En la primera, el emperador duerme en el interior de una arquitectura identificada en el texto como Aquisgrán. Sentado a los pies de su lecho, se le aparece Santiago señalando en el cielo el camino de estrellas – la Vía Láctea – que conduce a su sepulcro. Como consecuencia de esta aparición, la segunda de las miniaturas nos muestra al emperador partiendo hacia tierras hispanas para liberar a España de sus invasores. Identificado por su corona y estandarte, Carlomagno aún está saliendo de la arquitectura de su palacio. Los diez caballeros que le anteceden, entre los que se encuentra su sobrino Rolando, se acercan ya a un terreno ondulado que sin duda quieren ser los Pirineos. Más difícil resulta la interpretación de la tercera y última miniatura, todas ellas de formato rectangular y en el folio 162 y el reverso del 162. En ésta última, vemos de nuevo a unos guerreros, unas arquitecturas y la leyenda relativa a Aquisgrán. Sus diversas lecturas la ligan siempre a Carlomagno y su ejército, quizás los sobrevivientes de Roncesvalles recordando la muerte del héroe Rolando. Desde el punto de vista estilístico, parece que todas las miniaturas la debemos a un solo autor, vinculado a los talleres borgoñones de la primera mitad del siglo XII, aunque algunos estudiosos ven también influencias de las Islas Británicas.

Da cuenta de la importancia este Códice Calixtino, incorporado al “Tesoro” catedralicio en la primera mitad del XII, el hecho de que casi inmediatamente se empezó a copiar, y aún el siglo XIV se recurría a él con frecuencia. El mismo scriptorium fundado en Santiago por Aymerico de Anteiac en 1326, que daría lugar al Tumbo B, realizó las copias del Calixtino de Salamanca, El Vaticano y Londres.

El Tumbo A

Entre los “Tesoros” que catedrales como la de Santiago custodiaban y aún hoy custodian, ocupan un lugar importante los documentos y libros que sustentaban la validez jurídica de sus propiedades, privilegios, exenciones y señoríos.

Preocupado de que estos pudieran perderse o de que fueran imposibles de leer en escritura antigua, el tesorero de la época del arzobispo Gelmírez, Bernardo, empezó una transcripción, colección y recopilación que daría lugar al llamado Tumbo A. Bernardo fue también el canónigo que mandó colocar, para servicio de peregrinos y compostelanos, la Fons Mirabilis ante la puerta norte de la catedral.

Cuando concibió su proyecto, en 1127, la letra visigoda estaba siendo sustituida por la carolina, y Bernardo hizo que Santiago se uniera al movimiento de recopilación documental en el que estaban inmersas otras instituciones del reino de León, como Cardeña, Sahún, León, Oviedo... Además, Santiago acababa de ser elevada a sede metropolitana, por lo que se hacía necesario asentar las bases de su organización.

Este Tumbo A de Bernardo está formado por cinco libros. El primero contiene libros y documentos emitidos por los reyes. El segundo, los diplomas concedidos por miembros de la alta nobleza o cónsules, en palabras de Bernardo. El tercero está dedicado a obispos y arzobispos; mientras que los benefactores de la Iglesia de menor rango social y los miembros del clero ocupan el cuarto y quinto libros, respectivamente.

Detalle de uno de los folios del Tumbo A con la miniatura del rey Alfonso IX.
Detalle de uno de los folios del Tumbo A con la miniatura del rey Alfonso IX.

En total, el Tumbo A recopila ciento setenta documentos en setenta y una hojas de pergamino, en los que se dibujaron algunas de las miniaturas más interesantes y conocidas de las colecciones compostelanas. Casi todas ellas representan a los monarcas y personajes de la realeza leonesa y gallega de la época, identificados con su nombre y pintados casi todos en el siglo XII. Salvo dos infantas juntas, los personajes están representados individualmente. Y salvo dos monarcas a caballo, los demás están entronizados.

Detalle de uno de los folios del Tumbo A con la miniatura del rey Alfonso IX.
Detalle de uno de los folios del Tumbo A con la miniatura del rey Alfonso IX.

Es distinta la primera miniatura de la serie, que describe la Inventio. Se denomina con este vocablo latino al descubrimiento o hallazgo del mausoleo de Santiago en el bosque del Libredón. En esta miniatura del Tumbo A, un personaje con báculo y atuendo episcopal señala una tumba en medio de una arquitectura bajo un arco: es el Arca Marmoricis. Una lámpara alumbra la escena, acompañada de un ángel turiferario que sirve de guía al mausoleo, donde también están las tumbas de los discípulos que acompañaron a Santiago. Para que no queden dudas del nombre del personaje principal, se le identifica en latín: Teodemiro Episkop.

Los expertos diferencian un mínimo de tres manos en las miniaturas, dos de ellas en la primera de las épocas de elaboración, entre 1129 y 1133; y con diferente tratamiento de los paños, sombras y dinamismo. Además, se aprecian influencias del sustrato otoniano y hasta de soluciones procedentes de Inglaterra, así como la pervivencia de esquemas de época bizantina como el del emperador sentado.

Lo más probable es que el proyecto de Bernardo no llegara a completarse del todo, aunque el proceso de recopilación de escrituras continuó a lo largo del siglo XIII, y el tumbo fue ampliado en sucesivas etapas desde la época del reinado de Alfonso VII hasta la de Alfonso X “El Sabio”. El original Tumbo A está custodiado por la caja fuerte del Archivo Catedralicio. Un facsímil idéntico a él puede verse en las vitrinas de la Biblioteca, dentro del Museo de la Catedral.

El Tumbo B

Con la llegada del gótico, el scriptorium de la catedral de Santiago continuó aún con los últimos añadidos al Tumbo A, iniciado en el año 1129 por el tesorero de Gelmírez, Bernardo. En 1255, cerraron este manuscrito las representaciones de Fernando III y de Alfonso X. Se produjo entonces una interrupción del trabajo de casi un siglo, hasta que en XIV el arzobispo Fray Berenguel de Landoira creara otro taller, más dedicado a las copias que la producción nueva.

Berenguel, fraile dominico ligado a la corte papal de Avignon, contó también con la ayuda de un eficaz tesorero, Aymerico Anteiac. A él encomendó la dirección del scriptorium donde se realizaría el llamado Tumbo B, iniciado el 27 de agosto de 1326, a cargo de los escribanos García Pérez y Alfonso Pérez.

Como el Tumbo A, el B es también una recopilación de documentos importantes para la Iglesia Compostelana. Algunos son copias de documentos recogidos en el Tumbo A, certificados en el B por la firma de dos notarios que dan fe de su correspondencia con el documento original. Otros, sin embargo, son documentos nuevos, como algunas concesiones regias y papales.

El Tumbo B se compone de trescientos setenta y un documentos, distribuidos en doscientos noventa y un folios en los que destacan las miniaturas que adornan algunos de ellos; aunque la calidad técnica de éstas, siendo de mayor importancia simbólica y documental, no alcanza la de las encontradas en el Tumbo A.

El reverso del segundo folio está compuesto por dos registros miniados, el superior de los cuales nos muestra a Santiago entronizado, identificado por su báculo en forma de “tau” y filacteria en la mano. Lo rodea una arquitectura a modo de baldaquino, y está acompañado de sus discípulos, Atanasio y Teodoro, con sus nombres sobre la cabeza. Sin duda recuerda al aspecto que tendría el primitivo altar mayor de la catedral, con el baldaquino de Gelmírez y la figura sedente de Santiago, de la escuela de Mateo, que preside la catedral desde su consagración en 1211.

Folio 2º vuelto del Tumbo B.
Folio 2º vuelto del Tumbo B. En el registro Superior, Santiago sedente con Atanasio y Teodoro y bajo una arquitectura. En el inferior, Santiago a Caballo blandiendo la espada.

La parte inferior del mismo folio muestra otra interesante miniatura, cuyo protagonista es de nuevo Santiago. Aquí aparece caracterizado como guerrero a caballo portando la espada y cabalgando sobre soldados decapitados. Al fondo de la escena vemos un simple castillo. Algunos estudiosos han querido ver en esta miniatura la primera representación del Santiago Matamoros de la Batalla de Clavijo, recogida años atrás en un tímpano en el crucero de la catedral.

Otros lo interpretan como un pasaje de los Gesta Berengarii de Landoria, en el cual el Apóstol ayuda al prelado a vencer a los compostelanos que se opusieron a su entrada a Compostela, logrando impedirla hasta el 27 de septiembre de 1320, cuando Berenguel derrota a los cabecillas. Consciente de lo inestable de la situación, este arzobispo fortificó la arquitectura de la catedral. También fortificó el principal castillo de la mitra compostelana, el de A Rocha Forte, en las proximidades de la ciudad. Esta fortaleza sería, según esa segunda teoría, la representada en esta la miniatura del Tumbo B.

Aún se seguirían recopilando documentos en diversos cartularios. Algunos, como el conocido como Tumbo C, que también se encuentra en el archivo catedralicio, recogen incluso documentación privada.

Breviario de Miranda

En el Archivo de la Catedral de Santiago, se puso fin a la Edad Media con el manuscrito más rico en miniaturas de cuantos ahí se conservan. El llamado Breviario del Canónigo Miranda superó a los más conocidos Tumbos, Historia Compostelana y Códice Calixtino. Tiene algo más de quinientos folios de menor tamaño que los de los libros mencionados, y sufrió también algunas pérdidas y mutilaciones a lo largo de la historia.

Data de la mitad del siglo XV, quizás alrededor de 1470, momento en el que la decoración llena las páginas hasta el extremo y no se dejan espacios libres alrededor del texto. Éste se distribuye en dos columnas por folio, y es el principal inspirador de la temática que se representa. Abunda la decoración vegetal, en la que a veces aparecen personajes santos o animales. En algunas ocasiones, el autor da rienda suelta a su fantasía y la puebla de seres extraños.

Detalle de una página del Breviario Miranda.
Detalle de una página del Breviario Miranda. La decoración llega en este manuscrito al extremo y no deja espacios libres en el folio.

Desde la segunda década del siglo XV la pintura flamenca comenzó a adquirir notable entidad en la Península, y los miniaturistas no fueron ajenos a ella, como se puede comprobar en los pliegues quebrados de las ropas – acentuados y multiplicados en la parte baja – que visten los personajes del Breviario Miranda. Bajo la mano de un director conocedor de los postulados flamencos, aparecen diferentes manos dentro del mismo taller, algo lógico dada la cantidad de iluminaciones de este códice. Sin embargo, hay un sentido unitario en su decoración, que pone a este breviario en relación con otras obras coetáneas del ámbito miniaturista castellano. Algunos ejemplos son los manuscritos para el Marqués de Santillana, atribuidos a Jorge Inglés, o las similitudes en la decoración vegetal que el abulense Juan de Carrión utilizó.

Está claro que el Breviario Miranda fue realizado para alguien relacionado con la Catedral de Santiago. En él se hace referencia a santos de especial relación con ésta, como Salomé, madre de los Zebedeos; y también a celebraciones específicas como la conmemoración de la consagración de la catedral en abril, las fiestas del Apóstol en julio y diciembre, o las de sus discípulos en mayo.

Existen dudas, sin embargo, acerca de quién fue el comitente de la obra. Posiblemente fuera el personaje arrodillado bajo el manto de la Virgen que aparece en la orla inferior del reverso del folio 401, pero existen dudas sobre su identificación. El nombre de Breviario Miranda es debido a que en uno de los folios aparece “MIRANDA” escrito entre las dos columnas, por lo que se creyó que aludía al canónigo Pedro de Miranda, familiar de Alonso II de Fonseca. Sin embargo, algunos emblemas heráldicos en diversas partes del libro descartan esta filiación; y lo atribuyen a Fernando Bermúdez de Castro, personaje que tras diversas vicisitudes alcanzó la dignidad de Deán de Santiago en 1485.

Por su parte, el canónigo José Mª Díaz Fernández, quien fue muchos años archivero de la Catedral, encontró parcialmente borrados o transformados otros escudos entre las páginas del Breviario, identificándolos con el del prelado compostelano Rodrigo de Luna, arzobispo de Santiago entre 1449 y 1460. Pero el hecho de que el personaje arrodillado ante la Virgen como donante en el reverso del folio 401 vista simple hábito, sin atributos de obispo, le quita peso a esta teoría.

Así pues, no sabemos a ciencia cierta quién pudo ser el comitente de esta obra. Quizás algunos de los nombres citados tengan relación con ella, o quizás todos, puesto que fueron dignidades importantes en Santiago. Además, el hecho de que un breviario sea un libro de devoción privada facilita el cambio de manos como herencia o regalo. Esto indicaría también que ya en sus primeras décadas de existencia este códice se consideró de una riqueza y valor excepcionales.